Tarde de agosto, con un sol de injusticia que
diría uno de mis periodistas favoritos. Puerta el Hospital Macarena de Sevilla,
justo en los bancos de piedra frente al centro de salud que se encuentra en los
aledaños. Lagarder Danciu y yo conversamos e intercambiamos un papel
administrativo más, que convierte a una persona, en más persona si cabe.
Al
lado una pareja que no va vestida de marca (no quería que reluciese aquí ni el
sarcasmo ni la ironía), que carga con los pocos enseres de que disponen. El
hombre tiene hongos en los pies y se echa una medicación en polvo para aliviar
la dolencia.
La mujer intenta agachada ordenar algunas botellas de agua. Nos
preguntamos quiénes serán, porqué tantas botellas llenas de agua caliente en
pleno verano. Ahora sé que es por sed, pero no únicamente de agua. Dos guardas
de seguridad en la puerta, de ésos de los que pagamos entre todos. Uno se
acerca y con tono chulesco increpa a la pareja: “Esto no podéis ponerlo así (…)
aquí no podéis estar con esto”…
Yo observo los gestos, las formas, y me
pregunto cómo serán por dentro y recuerdo a Pérez Reverte cuando dice que en
España le pones un chaleco reflectante a cualquiera y la autoridad se le sube
tanto a la cabeza que se cree poco menos que un ministro. Primera realidad a
nuestra derecha. Contemplo a la izquierda el rostro de Lagarder y ya intuyo lo
que va a pasar. Es otra capa de realidad que observo con mucha tranquilidad.
Más capas de realidad:
Enfrente, en un rinconcito de sombra junto a una esquina
de la cristalera del centro está Tony, delgada, escuálida. En la postura se le
nota la búsqueda de un espacio donde sentirse un poco tranquila y descansar
tendida en el suelo. Me asombro de lo poco exigente que es Tony. Tenderse en un
suelo sucio, sin barrer, sin los cuidados higiénicos que debe de tener un
centro de salud, con colillas alrededor.
Hace horas ya que barrieron. Ahora
toca barrer a personas. El otro guardia de seguridad se acerca a ella y la
señala desde un escorzo tan grande como la sombra de una pirámide que en pie
desde el suelo debe de ser terrible para una persona que está tirada. “Aquí no
puedes estar”. “De aquí fuera”.
Lagarder se levanta y se dirige hacia la escena
y la fotografía, y yo sigo tranquila pensando en todos los recursos que puedo
emplear cuando mi amigo se juega la cara defendiéndola y pidiendo que la traten
con respeto, con un poco de humanidad. Y entonces aparece una manada de
policías. Se han movilizado al menos siete personas diferentes muy uniformadas
y asustadas.
Y yo estoy en otra capa de realidad pensando lo complejo que
hacemos el mundo y lo temerario que sería sacar el móvil y fotografiar a
Lagarder fotografiándolo todo, como si estuviésemos vinculados en distintos
planos, como las muñequitas rusas. Como en un juego de espejos.
Lagarder vuelve
acompañado de los policías. Tony se ha ido. Uno de ellos me pregunta (mirando a
Lagarder en un tono de “Señora, ¿usted tiene trato con este gitano rumano?”) me
pregunta si le conozco, y le digo que sí, que es mi amigo. Y qué solo quiere
ver respeto a su alrededor. Comienza el pesado ruido de fondo del guardia de
seguridad diciendo las sandeces propias de un iletrado “Ya iba a ver usted si
los tuviera frente a su casa”.
Y ya todas las muñequitas rusas están unas
dentro de otras en distintos planos de realidad en las que no hay conexión, en
una realidad desordenada. Me piden el carnet de identidad. Claro, agente, cómo
no. Se lo piden a Lagarder que sigue insistiendo en que una persona sin techo
tiene el mismo derecho a ser tratada con el mismo respeto que cualquier otra.
Los policías me miran también de forma inquisitiva y yo tranquilamente sólo
digo: “Tienen derecho a un mínimo de amabilidad. Es lo que defiende mi amigo”.
Lagarder y yo tenemos estilos comunicativos diferentes. Pero hoy he vivenciado
lo que nos une. Y sé que podría haberme puesto más seria y contundente desde la
tranquilidad por defenderle a él y las personas que tenía alrededor. Desde la
tranquilidad más contundente y fría.
Nos dejan ir después de hacernos perder un
tiempo valioso esperando nuestros DNI´s que yo ya empiezo a reclamar con una
sonrisa impaciente al policía. Tony huye, la pareja recoge sus cosas, yo me
despido de Lagarder que va tras Tony. Acaba de pasar un trago teñido de
desprecio. Las muñequitas rusas se han desbaratado.
En la realidad ya todo
vuelve a ser igual de simple y superficial y de controlado y anestésico. Vuelvo
a mis asuntos. Hoy Lagarder y yo hemos tenido que escuchar en lugares
diferentes a dos personas decir la misma frase: “Para el resto de la gente, no
somos nadie”.
Artículo escrito por DANZA DE LA NATURALEZA, activista de Sevilla
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Activista gitano acompañando a Toný la persona sin hogar increpada por la policía |