miércoles, 23 de septiembre de 2015

HIPOCRESÍA Y REFUGIADOS

Artículo en Andaluces Diario por Joaquin Urias. 

La guerra civil en Siria dura ya más de cuatro años. En este tiempo ha habido enormes desplazamientos de población. Hace año y medio la cifra de refugiados sirios acogidos en el Líbano superaba ya el millón. El año pasado por estas fechas el ACNUR hablaba ya de tres millones de refugiados y seis de desplazados a causa de la guerra de Siria. Estas cifras, brutales, no provocaron ni una mínima oleada de solidaridad en nuestro país, ni en Europa.

Sin embargo este verano, con el buen tiempo y los medios de comunicación sin grandes noticias que llevarse a la boca, unos miles de refugiados se agolparon de pronto en la frontera entre Grecia y Macedonia. Hubo cargas policiales y fotógrafos. Los medios empezaron a hablar de una oleada de refugiados que intentaba entrar en Europa para escapar de la guerra. Las imágenes de Macedonia se repitieron después en Hungría (del paso de los inmigrantes por Serbia no se habló). En ese momento, cuando la columna de refugiados era ya la primera noticia de todos los informativos, llegó la foto del pequeño Aylan. La gota que faltaba para que se derramara el vaso de la solidaridad.

Todos hemos sentido una súbita compasión infinita por los pobres sirios. De pronto se han extendido movimientos masivos ofreciendo alojamiento a los refugiados, exigiendo a nuestros gobiernos que los acojan decentemente. El tema de los refugiados ha pasado a la primera línea de la política nacional y se ha convertido en la causa común de mucha gente de bien.

Un movimiento social de este tipo tiene que ser siempre bienvenido. Es un signo de decencia y de humanidad que tantos ciudadanos se pongan en la piel de los que huyen de sus países, que tanta gente esté dispuesta a ofrecer y casa y que la sociedad exija a sus políticos un mínimo respeto y atención hacia quienes sufren y tienen que dejar su casa y su país.

Sin embargo, como suele pasar con estas oleadas solidarias surgidas al hilo de la noticia del verano, este movimiento parte de algunas confusiones y, sobre todo, saca a la luz muchas contradicciones.

Técnicamente se reconoce como refugiado a quien se encuentra fuera de su país de origen debido a una persecución o un riesgo vital que le impiden volver al mismo. O sea, a los desplazados forzosos. Naciones Unidas utiliza el término, esencialmente, para los movimientos de población debidos a conflictos armados. En España, superada ya la figura del “asilo político”, la ley obliga al Estado a acoger a toda persona que obtenga el estatus de refugiado. En la práctica no es así. Nuestras autoridades vienen exigiendo que se demuestre una persecución individual, más allá de que el país de origen esté en situación de guerra.

En las últimas décadas, sin embargo, ha habido algunos conflictos que por su trascendencia en Europa han llevado a establecer cuotas de refugiados de guerra. En los años noventa la guerra de Bosnia provocó un auténtico aluvión de refugiados en pleno corazón de Europa: casistres millones de bosnios tuvieron que huir de sus hogares y su país y fueron acogidos en diversos países europeos y norteamericanos. En la década siguiente fueron ochocientos mil kosovares los que tuvieron que escapar y encontraron acogida en países Europeos. Parece que con la vorágine de lo noticioso y la dependencia de los medios ya nadie se acuerda de las centenares de familias kosovares que fueron acogidas entonces en las ciudades andaluzas.

En todos esos casos la presión internacional obligó a los países a acoger refugiados. Seguramente entonces se hizo sin el entusiasmo ni la movilización social de esta vez, pero se hizo.
La contradicción surge en primera instancia por esa terrible diferencia entre los refugiados que llegan por un cupo asignado y son recibidos con banderolas, abrazos y ositos de peluche y esos otros afganos, sudaneses, congoleños o iraquíes a los que se deniega asilo, se interna en centros o se deporta sin que importe la guerra en sus países de origen.

Pero la hipocresía va más lejos. ¿Quién en su sano juicio cree que los inmigrantes que a diario se agolpan en la valla de Melilla arriesgándolo todo lo hacen por gusto? ¿Hay alguna diferencia entre los que se agolpan en cualquier patera en el Mediterráneo según el país en que vengan?

Mucho más allá, si de pronto resultara que el niño Aylan no huyó de su país por una guerra sino buscando un mundo mejor ¿habría que borrar la foto? ¿Deberíamos pedir que devuelvan los bocadillos, los chubasqueros o los juguetes que se han regalado en su nombre a decenas de niños inmigrantes?

No. No hay diferencia. Quien se juega la vida para llegar a Europa lo hace siempre porque está obligado. Da igual que sean sirios que no quieren quedarse en Turquía, marfileños que huyen de la pobreza, afganos hartos de talibanes o marroquíes que se mueren de hambre.

Ojalá esta vez la solidaridad dure más que los titulares de prensa. Ojalá que nadie pregunte a un inmigrante de qué país ha tenido que escapar y ojalá seamos capaces de acoger, proteger y defender a todos por igual.

Y eso por no hablar de las causas de tanta huida, que lo dejamos para otro día.

Fuente: La Carpa - Plaza Nueva de Sevilla, personas sin hogar durmiendo en un banco

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